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Houellebecq

NO COLÓ

"La posibilidad de una isla" de Michel Houellebecq: (...) Enfilé un pasillo al azar, abrí una puerta decorada con un póster que representaba un primer plano de espermatozoides. Tuve la sensación de llegar al final de una miniorgía; chicos y chicas medio desnudos yacían atravesados en la cama. En un rincón, una adolescente rubia, con la camiseta recogida por encima de los pechos, hacía mamadas; me acerqué a ella por si colaba, pero me hizo señas de que me fuera...

SIN BRAGAS

  Llegó vestida con una minifalda plisada de color turquesa y una camiseta de Betty Boop. Intenté abrazarla en el aparcamiento del aeropuerto pero ella se apartó con rapidez, incómoda. Mientras metía su bolsa en el maletero, una ráfaga de viento le levantó la falda, y me dio la impresión de que no llevaba bragas. Cuando me senté al volante, se lo pregunté. Ella sacudió la cabeza con una sonrisa, se levantó la falda hasta la cintura y separó un poco las piernas: el vello de su coño formaba un pequeño rectángulo rubio, bien definido.

Se bajó la falda mientras yo arrancaba: me había dejado claro que no llevaba bragas, había conseguido el efecto deseado, con eso bastaba. Al llegar a la residencia, mientras yo sacaba la bolsa del maletero, ella subió los pocos escalones que llevaban a la entrada; cuando vi la parte inferior de su culito me dio un mareo y estuve a punto de eyacular en el pantalón. Fui a su encuentro y la abracé, pegándome a ella.

-Abre la puerta... -dijo, frotando distraídamente las nalgas contra mi polla.

Obedecí, pero en cuanto entramos me pegué otra vez a su cuerpo; ella se arrodilló sobre una alfombrita y puso las manos en el suelo. Me abrí la bragueta y la penetré, pero por desgracia el trayecto en el coche me había excitado tanto que me corrí casi en el acto; ella pareció un poco decepcionada, pero no demasiado. Quiso darse un baño y cambiarse de ropa. Michel Houelebecq "La posibilidad de una isla"


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HALITOSIS

(...), pero justo cuando el taxi se detenía delante del hotel me di cuenta de que en la práctica ella besaba bastante poco. Era curioso, porque si que apreciaba cualquier forma de penetración, presentaba el culo con mucha gracia (tenía un culito pequeño y alto, casi de chico), mamaba sin pensárselo dos veces e incluso con entusiasmo; pero cada vez que yo acercaba los labios para besarla en la boca se apartaba, un poco incómoda. "La posibilidad de una isla" de Michel Houellebecq


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LA ECUACIÓN DE LA SOLEDAD

LA ECUACIÓN DE LA SOLEDAD

 

La soledad en pareja es un infierno consentido. En la vida de la pareja suelen existir desde el principio algunos detalles, ciertas discordancias sobre las que uno decide tácitamente callarse, con la seguridad entusiasta de que el amor acabará arreglando todos los problemas. Estos problemas crecen poco a poco, en silencio, hasta que unos años después terminan por explotar y destruir cualquier posibilidad de vida en común.

Michel Houellebecq "La posibilidad de una isla"

LO QUE HAY QUE TENER

LO QUE HAY QUE TENER

 

 

“No es muy difícil hacer que un hombre se corra…”, me había dicho ella durante nuestra primera cena en el restaurante tibetano, “en cualquier caso, yo siempre lo he conseguido”. No mentía. Tampoco mentía al afirmar que el secreto no tiene nada de especialmente extraordinario o extraño. “Basta con recordar”, continuó ella, suspirando, “que los hombres tienen cojones. Las mujeres saben que los hombres tienen polla, lo saben demasiado bien; desde que los hombres han quedado reducidos a la condición de objeto sexual ellas están literalmente obsesionadas con sus pollas; pero nueve veces de cada diez, cuando hacen el amor olvidan que los cojones son una zona sensible. Ya sea para una masturbación, una penetración o una mamada, hay que llevar la mano de vez en cuando a los cojones del hombre, bien rozando, acariciando, bien presionando con más fuerza; te das cuenta según los cojones están más o menos duros. Y eso es todo”. Michel Houellebecq “La posibilidad de una isla”

Los hombres que envejecen solos son mucho menos dignos de compasión que las mujeres en la misma situación. Ellos beben vino malo, se quedan dormidos, les apesta el aliento; se despiertan y empiezan otra vez; y se mueren bastante deprisa. Las mujeres toman calmantes, hacen yoga, van a ver a un psicólogo; viven muchos años y sufren mucho. Tienen el cuerpo débil y estropeado; lo saben y sufren mucho. Pero siguen adelante, porque no logran renunciar a ser amadas.

Michel Houellebecq "Las partículas elementales"

La pintura es de Roy Lichtenstein (Traducción: Quizás él enfermó y no pudo abandonar el estudio!)

NdRM: Quizás la dejó plantada

Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acabará con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte.

Michel Houellebecq ("Las partículas elementales")

 

Es uno de los principales inconvenientes de la extrema belleza de las chicas: sólo los ligones experimentados, cínicos y sin escrúpulos se sienten a su altura; así que los seres más viles son los que suelen conseguir el tesoro de su virginidad.

Michel Houellebecq "Las Partículas Elementales"

 

 

 

Nunca, en ninguna época y en ninguna otra civilización, se ha pensado tanto y tan constantemente en la edad; la gente tiene en la cabeza una idea muy simple del futuro: llegará un momento en que la suma de los placeres físicos que uno puede esperar de la vida sea inferior a la suma de los dolores (uno siente, en el fondo de sí mismo, el giro del contador; y el contador siempre gira en el mismo sentido). Este examen racional de placeres y dolores, que cada cual se ve empujado a hacer tarde o temprano, conduce inexorablemente, a partir de cierta edad, al suicidio.

Michel Houellebecq "Las partículas elementales" (fuente: wikiquote)

MICHEL HOUELLEBECQ LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES

MICHEL HOUELLEBECQ  LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES

 

Durmió tres horas. Cuando despertó volvía a encontrarse en plena forma, y tenía una erección. La frustración sexual crea en el hombre una angustia que se manifiesta en una crispación violenta, localizada a nivel del estómago; el esperma parece subir hacia el bajo vientre y lanzar tentáculos hacia el pecho. El órgano mismo está dolorido, siempre caliente, y rezuma un poco. No se había masturbado desde el domingo; puede que fuera un error. Según el último mito de Occidente, el sexo era para practicarlo; algo posible, algo que había que hacer. Se puso un bañador, metió unos preservativos en la mochila con un gesto que le arrancó una carcajada. Durante años había llevado preservativos encima a todas horas, y nunca le habían servido de nada; las putas siempre tenían.

MICHEL HOUELLEBECQ LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES

MICHEL HOUELLEBECQ  LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES

 

Conocí a Ana en 1981. No era muy guapa, pero ya estaba harto de hacerme pajas. Lo que sí estaba muy bien es que tenía mucho pecho. Siempre me han gustado los pechos grandes… -dejó escapar un suspiro. Luego se le descolgó el pecho y nuestro matrimonio se fue al carajo. Le jodí la vida. Es algo que no puedo olvidar: le jodí la vida a esa mujer. ¿Te queda vino?

(…) En realidad, uno siempre trata de aliviar el sufrimiento. Mientras el sufrimiento que produce una confesión parece menor, uno habla; luego se calla, renuncia, se queda solo. Si Bruno necesitaba volver sobre el fracaso de su vida, probablemente era porque esperaba algo, un nuevo comienzo; tal vez era una buena señal.

-No es que fuera fea –siguió Bruno-, pero tenía una cara corriente, sin gracia. Nunca tuvo esa elegancia, esa luz que a veces irradia la cara de algunas chicas. Tenía las piernas un poco gruesas y no era cuestión de hacer que se pusiera minifaldas; pero le enseñé a ponerse unas camisetas muy cortas, sin sujetador; es muy excitante ver unos pechos grandes desde arriba…. (por cierto, las gafas le hacían gorda)

MICHEL HOUELLEBECQ - LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES

Durmió tres horas. Cuando despertó volvía a encontrarse en plena forma, y tenía una erección. La frustración sexual crea en el hombre una angustia que se manifiesta en una crispación violenta, localizada a nivel del estómago; el esperma parece subir hacia el bajo vientre y lanzar tentáculos hacia el pecho. El órgano mismo está dolorido, siempre caliente, y rezuma un poco. No se había masturbado desde el domingo; puede que fuera un error. Según el último mito de Occidente, el sexo era para practicarlo; algo posible, algo que había que hacer. Se puso un bañador, metió unos preservativos en la mochila con un gesto que le arrancó una carcajada. Durante años había llevado preservativos encima a todas horas, y nunca le habían servido de nada; las putas siempre tenían. (…)

Conocí a Ana en 1981. No era muy guapa, pero ya estaba harto de hacerme pajas. Lo que sí estaba muy bien es que tenía mucho pecho. Siempre me han gustado los pechos grandes… -dejó escapar un suspiro. Luego se le descolgó el pecho y nuestro matrimonio se fue al carajo. Le jodí la vida. Es algo que no puedo olvidar: le jodí la vida a esa mujer. ¿Te queda vino?

(…) En realidad, uno siempre trata de aliviar el sufrimiento. Mientras el sufrimiento que produce una confesión parece menor, uno habla; luego se calla, renuncia, se queda solo. Si Bruno necesitaba volver sobre el fracaso de su vida, probablemente era porque esperaba algo, un nuevo comienzo; tal vez era una buena señal.

-No es que fuera fea –siguió Bruno-, pero tenía una cara corriente, sin gracia. Nunca tuvo esa elegancia, esa luz que a veces irradia la cara de algunas chicas. Tenía las piernas un poco gruesas y no era cuestión de hacer que se pusiera minifaldas; pero le enseñé a ponerse unas camisetas muy cortas, sin sujetador; es muy excitante ver unos pechos grandes desde arriba….

Como supongo que el amigo Houellebecq se hacía las pajas con Silvana Mangano, adjunto escena de la archiconida película “Arroz Amargo”.

 



FEMINISMO



Nunca he entendido a las feministas... –dijo Christiane a media cuesta-. Se pasaban la vida hablando de fregar los platos y compartir las tareas; lo de fregar los platos las obsesionaba literalmente. A veces decían un par de frases sobre cocinar o pasar el aspirador; pero su gran tema de conversación eran los platos por fregar. En pocos años conseguían transformar a los tíos que tenían al lado en neuróticos impotentes y gruñones. Y en ese momento, era matemático, empezaban a tener nostalgia de la virilidad. Al final plantaban a sus hombres para que las follara un macho latino de lo más ridículo. Siempre me ha asombrado la atracción de las intelectuales por los hijos de puta, los brutos y los gilipollas. Así que se tiraban a dos o tres, a veces más si la tía era muy follable, luego se quedaban preñadas y les daba por la repostería casera con las fichas de cocina de Marie-Claire. He visto el mismo guión repetirse docenas de veces. (Las partículas elementales, Michel Houellebecq).

VERANO DEL 76

VERANO DEL 76

El verano del 76 fue, probablemente, el período más horrible de su vida; acababa de cumplir veinte años. Hacía un calor espantoso; la temperatura no bajaba por las noches; desde este punto de vista, el verano del 76 fue histórico. Las chicas llevaban vestidos cortos y transparentes y el sudor se los pegaba a la piel. Bruno andaba sin parar durante días enteros, con los ojos desorbitados de deseo. Se levantaba por la noche, cruzaba París a pie, se detenía en las terrazas de los cafés, acechaba a la entrada de las discotecas. No sabía bailar. La tenía dura a todas horas. Tenía la sensación de llevar entre las piernas un trozo de carne supurante y putrefacto, devorado por los gusanos. Intentó varias veces hablar con algunas chicas en la calle, y sólo obtuvo humillaciones por respuesta. Por las noches se miraba al espejo. El pelo, pegado al cráneo de tanto sudar, empezaba a ralear por delante; los pliegues de la barriga se veían a través de la camiseta. Empezó a ir a sex-shops y peep-shows, sin otro resultado que la exacerbación de sus pesares. Por primera vez recurrió a la prostitución.

El texto anterior es un extracto de la novela "Las partículas elementales" de Houellebecq. Obviamente, ese verano del 76 transcurría en Francia, aquí todavía cruzábamos la frontera para ver las películas y comprar los libros prohibidos.

LOS CORPÚSCULOS DE KRAUSE

LOS CORPÚSCULOS DE KRAUSE

-Ha sido estupendo hace un rato, en el jacuzzi... –dijo Bruno-. No dijimos nada; cuando sentí tu boca en el pene, todavía no te había visto la cara. No había ningún elemento de seducción, fue algo muy puro.

-todo es cosa de los corpúsculos de Krause... –Christiane sonrió-. Tienes que perdonarme, soy profesora de ciencias naturales. –Bebió un trago-. El tallo del clítoris, la corona y el surco del glande están cubiertos de corpúsculos de Krause, llenos de terminaciones nerviosas. Al acariciarlos se desencadena en el cerebro una fuerte liberación de endorfinas. Todos los hombres y todas las mujeres tienen el clítoris y el glande cubiertos de corpúsculos de Krause; casi en idéntico número, hasta ahí es muy igualitario; pero hay otra cosa, tú lo sabes. Yo estaba muy enamorada de mi marido. Le acariciaba y le lamía el sexo con veneración; me encantaba sentirlo dentro de mí. Estaba orgullosa de provocar sus erecciones; llevaba todo el tiempo en la cartera una foto de su sexo duro; para mí era como una imagen piadosa, darle placer era mi mayor alegría. Al final me dejó por una más joven. Ya me he dado cuenta hace un momento de que mi coño no te atraía mucho; ya es un poco el coño de una vieja. Con la edad, la pérdida de colágeno y la fragmentación de la elastina en la mitosis hacen que los tejidos pierdan de manera progresiva la firmeza y la elasticidad. A los veinte años yo tenía una vulva muy bonita; ahora, me doy perfecta cuenta de que los labios están un poco descolgados. (Extracto de Las partículas elementales de Michel Houellebecq)

PLATAFORMA – MICHEL HOUELLEBECQ

PLATAFORMA – MICHEL HOUELLEBECQ

Durante las semanas siguientes volvieron a hacer el amor muchas veces, de hecho cada vez que la canguro iba a la casa. Él espera, vagamente que ella abordase el tema de la legitimidad de su relación; al fin y al cabo ella sólo tenía quince años, y él treinta y cinco; apurando mucho, podría haber sido su padre. Pero ella no parecía dispuesta a ver las cosas desde ese punto de vista: entonces, ¿desde qué punto de vista?. Al final se dio cuenta, con emoción y gratitud: sencillamente, desde el punto de vista del placer. Obviamente su matrimonio le había desconectado, le había hecho perder contacto; había olvidado por completo que algunas mujeres, en ciertos casos, hacen el amor por placer. Él no era el primer hombre de Eucharistie, ya se había acostado con un chico el año anterior, un tipo del último curso al que después había perdido de vista; pero había cosas que no conocía, por ejemplo la felación. La primera vez, Jean-Yves se controló, no quería correrse en su boca; pero no tardó en darse cuenta de que a ella le gustaba o, más bien, que le divertía sentir la explosión de esperma. Por lo general, a él no le costaba nada llevarla al orgasmo, y sentía un placer inmenso al abrazar aquel cuerpo firme y flexible. En resumen, que su relación, se decía él con una extraña sensación de relativismo, era una relación equilibrada. Menos mal que su primer hijo no había sido niña; dadas ciertas condiciones, no veía cómo –ni, sobre todo, por qué- evitar el incesto.

PLATAFORMA – MICHEL HOUELLEBECQ

Corrí las cortinas y me tumbé en la cama. Lo raro es que me dormí de inmediato, y soñé con una morita que bailaba en el metro. Se agarraba al pilar central, como las go-go girls. Se cubría los pechos con una minúscula cinta de algodón, que empezó a quitarse despacio. Cuando se la quitó del todo, sonrió; tenía los pechos llenos, redondos y morenos, magníficos. Entonces se lamió los dedos y se acarició los pezones. Y luego me puso una mano en el pantalón, me abrió la bragueta, me sacó el sexo y empezó a sacudírmelo. La gente pasaba a nuestro alrededor, bajaba en las estaciones. Ella se puso a cuatro patas en el suelo y se levantó la minifalda; n llevaba nada debajo. Tenía una vulva acogedora, rodeada de vello muy negro, como un regalo; empecé a penetrarla. El metro estaba bastante lleno, pero nadie nos prestaba atención. Todo aquello era inverosímil. Era un sueño hambriento, el sueño ridículo de un hombre maduro.

Me cogió los huevos en la palma de una mano, y me acarició la polla con la palma de la otra mano. Yo me tumbé de espaldas y me abandoné a la caricia. El movimiento de su palma se volvió más rápido, y sentí que la sangre me afluía al sexo. Cuando la tuve dura ella se sentó sobre mí y se la hundió de golpe. Crucé las manos sobre sus riñones; me sentía invulnerable. Ella empezó a mover la pelvis con breves sacudidas, cada vez más excitada; yo separé los muslos para penetrarla más a fondo. El placer era intenso, casi embriagador; yo respiraba muy despacio para controlarme, me sentía reconciliado. Ella se tumbó sobre mí y frotó vivamente su pubis contra el mío, lanzando grititos de placer; yo subí las manos y le acaricié la nuca. Cuando llegó al orgasmo se quedó quieta, dejó escapar un largo jadeo y se derrumbó sobre mi pecho. Yo seguía dentro de ella, sentía las contracciones de su vagina. Ella tuvo otro orgasmo, una contracción muy profunda que venía del interior. La abracé con fuerza y eyaculé con un grito. Ella se quedó quieta, con la cabeza en mi pecho, durante unos diez minutos; después se levantó y me propuso que nos diéramos una ducha.

PLATAFORMA – MICHEL HOUELLEBECQ

PLATAFORMA – MICHEL HOUELLEBECQ

Hacia finales de agosto se encontró con Berenice, una chica que iba a empezar segundo con Valérie en el instituto de Saint Brieuc... Se acostumbraron a ir juntas a la playa; se cambiaban de ropa en la habitación de Valérie antes de salir. Una tarde, cuando Valérie acababa de quitarse el sujetador, vio la mirada de Berenice clavada en sus pechos. Sabía que los tenía espléndidos, redondos, altos, tan hinchados y firmes que parecían artificiales. Berenice alargó la mano, rozó la curva del pecho y el pezón. Valérie abrió la boca y cerró los ojos en el momento en que los labios de Berenice se acercaban a los suyos; se entregó completamente al beso. Cuando Berenice le deslizó una mano en las bragas, ya estaba húmeda. Se las quitó con impaciencia, se dejó caer en la cama y abrió las piernas. Berenice se arrodilló delante de ella y le metió la boca en el coño. Cálidas contracciones recorrían el vientre de Valérie, tenía la impresión de que su espíritu volaba por los espacios infinitos del cielo; nunca hubiera sospechado que pudiera existir un placer semejante.

PLATAFORMA – MICHEL HOUELLEBECQ

Valérie me cogió por la cintura y me llevó a tientas hasta el dormitorio. Junto a la cama, me besó otra vez. Yo le subí la camiseta para besarle los pechos; ella susurró algo que no entendí. Me arrodillé delante de ella, le bajé el pantalón y las bragas y apreté la cara contra su sexo. La raja estaba húmeda, abierta y olía bien. Ella gimió y cayó sobre la cama. Me desnudé a toda prisa y entré en ella. Yo tenía el sexo caliente, y lo recorrían agudos latigazos de placer... En ese momento sentí que las paredes de su vagina se contraían en torno a mi sexo. Tuve la sensación de desvanecerme en el espacio, sólo mi sexo estaba vivo, recorrido por una oleada de placer increíblemente violenta. Eyaculé durante mucho tiempo, con varias sacudidas; justo al final me dí cuenta de que estaba gritando a pleno pulmón. Habría muerto por un momento así.

PLATAFORMA – MICHEL HOUELLEBECQ

PLATAFORMA – MICHEL HOUELLEBECQ

Jean-Yves alzó los ojos hacia el rostro de su madre; miró el moño grisáceo, los rasgos severos: no era fácil sentir un impulso de ternura o afecto por aquella mujer; desde que podía recordar, ella nunca había sido dada a los mimos, y resultaba igualmente difícil imaginársela en el papel de amante sensual y guarra. De repente, se dio cuenta de que lo más probable es que le hubiera jodido la vida a su padre desde el principio. Fue una conmoción terrible, crispó las manos en el borde de la mesa: esta vez todo era demasiado irremediable, demasiado definitivo. Con desesperación intentó recordar un momento en que hubiera visto a su padre sereno, contento, sinceramente feliz. Quizás una vez, cuando tenía cinco años y su padre intentaba enseñarle el funcionamiento de un Mecano.