HORROR EN EL CLUB
Hace unos días quedé con mi amigo invisible (en adelante Sr. Raro) para visitar los antros del placer de una céntrica calle zaragozana. Como en toda ruta turística que se precie la cosa se lió un poco. Al final acabamos por San José. Allí hay un club que hacía tiempo me tenía mosca, el Sarahay, popularmente conocido en el barrio como el Sarita, nombre de pila de su dueña, de 63 años de edad. Esta información tan precisa la conozco de labios de una excompañera de trabajo que vive por la zona, con lo cual cualquier acercamiento al lugar de autos tiene también su pequeña dosis de riesgo. Por su parte, el Sr. Raro también tenía grandes inquietudes por conocer los interiores del Sarita, pero se haya gravemente impedido para entrar por circunstancias que no vienen al caso, por lo que me insistió mucho en que le informara de la excursión vía blog.
En cumplimiento de tan ingrata misión procedo a informar someramente de los hechos allá acaecidos. La puerta de entrada del Sarita ya es de por sí ligeramente oscura, una enorme puerta de madera negra dentro de un gran hueco en la pared, sólo un pequeño letrero, patrocinado por una bebida con burbujas desatascantes, levemente iluminado, parece indicar la entrada de un bar cutre. ¿Qué le vamos a hacer? ¡Adentro!. Una enorme cortina negra de varias toneladas de peso recibe al intruso, cuando la superas descubres ¡el horror! La cortina debe estar puesta para evitar que des un paso atrás, te envuelve, te atrapa, no hay marcha atrás. Casi no hay clientes. A mi izquierda descubro a dos abuelos bebiendo con una fulana bastante recia ella. A la derecha dos fulanas que parecen salidas del show de Benny Hill. Enfrente la tipa de la barra inquiere -¿qué quieres beber?
Momento importante, sólo hay dos alternativas. Lo lógico sería pirarme, pero yo he venido a investigar y no voy a defraudar a mis lectores.
Un zumo de tomate, gracias –digo, sin inmutarme (hay que ser profesional).
Me voy al baño (alguno ya estará pensando que simplemente me quedé por mear, pues no, listos). Después de desalojar líquidos se vive el primer momento de tensión de la noche. ¡La puerta no se abre! ¿Qué hago? ¿Le pego una patada? ¡Yo encerrado en el baño de un club!, ¡Dios mío!, la verdad es que nunca se acaba de tocar fondo. Pico discretamente en la puerta. Al poco… ¡espera mi amor! Es que esta puerta se atasca un poco, un par de tirones y al final consigo abrirla (un poco más y me quedo con el pomo en la mano). Bueno, al fin libre me dirijo nuevamente sediento a la barra, perseguido por mi medio salvadora (debe esperar su recompensa).
¡Qué tal fortachón! –me dice (encima cachondeo), me invitas a una copita.
Lo siento cariño, pero es que soy pobre (esto las deja secas).
Bueno entonces si quieres podemos hablar…
¿De qué quieres hablar?
De lo que tú quieras, mi amor… si quieres podemos hablar de sexo. (Con voz dulce de acento extraño).
3 comentarios
Torpedo -
Pedro González Vivanco -
Antonio Beltrán -