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UN TROZO DE CARNE

Tom King lanzó un gruñido por toda respuesta. Se acordaba del bulldog que tuvo en su juventud, al que echaba continuamente bistecs crudos. En aquella época, Burke le habría concedido crédito para mil bistecs. Pero los tiempos cambian. Tom King estaba envejecido, y un viejo que tenía que enfrentarse con un boxeador joven en un club de segunda categoría, no podía esperar que ningún comerciante le fiase.

Aquella mañana se había levantado con el deseo de comer un bistec, y aquel deseo no lo había abandonado. No había podido entrenarse debidamente para aquel combate. En Australia el año había sido de sequía y los tiempos eran difíciles. Había dificultades para encontrar trabajo, fuera de la índole que fuere. No había tenido sparring, no siempre había comido los alimentos debidos y en la cantidad necesaria. Había trabajado varios días como peón en una obra, y algunas mañanas había corrido para hacer piernas. Pero era difícil entrenarse sin compañero y teniendo que atender a las necesidades de una esposa y dos hijos. Cuando se anunció su combate con Sandel, los tenderos apenas le concedieron un poco más de crédito. El secretario del Gayety Club le adelantó tres libras -la cantidad que percibiría si perdía el combate-, y se negó a darle un céntimo más. De vez en cuando consiguió que sus antiguos compañeros le prestasen unos centavos, pero no pudieron prestarle más, porque corrían malos tiempos y ellos también pasaban sus apuros. En resumen, que era inútil tratar de ocultar que no estaba debidamente preparado para la pelea. Le había faltado comida y le habían sobrado preocupaciones. Además, ponerse «en forma» no es tan fácil para un hombre de cuarenta años como para otro de veinte. "Un trozo de carne" de Jack London

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