EMOCIONANTE
Las profesiones jurídicas tienden a la contradicción moral, de ahí al alcoholismo u otros vicios sólo hay un paso (en esto las películas engañan poco). Recuerdo unas prácticas en la facultad en las que un profesor ante las ansias de justicia de una alumna nos explicó brutalmente la diferencia entre Derecho (justicia formal) y la Justicia (justicia material). Aquí no se viene a hacer Justicia, nos dijo, se viene a aprender la aplicación del Derecho, el resultado podrá ser justo o no, pero esa es una discusión meramente moral o filosófica. Aplicar el Derecho sólo requiere conocimientos, técnica y sentido común. Sin embargo, hacer Justicia es más difícil. La misión de un médico o de un fontanero es clara: sanar al enfermo o que el grifo no gotee, no hay más (otra cosa es que nos saquen el dinero tratando de sanar lo que no tiene curación o que se dejen la llave inglesa en la tubería). Un jurista, sin embargo, sólo defiende a su cliente, pero ¿hace justicia?. El juez aplica normas, pero ¿hace Justicia?
Soy muy crítico en general con todo el proceso jurídico, desde la elaboración de la norma hasta su aplicación, tanto administrativa como judicial. El refranero refleja muy bien la situación cuando dice: ¡Pleitos tengas!... aunque los ganes, o Es mejor un mal arreglo que un buen pleito.
Pero hoy me he sentido Bien, leyendo una Sentencia emitida por un Juez de dudosa técnica al que no le tengo el menor aprecio profesional (sus sentencias suelen ser comentadas por su deficiente fundamentación jurídica) y en la que no nos daba precisamente la razón, pero en la que impartía auténtica Justicia (por una vez en su vida, al menos).
A la gente que lea este post y no tenga nada que ver con esta jodida profesión el párrafo anterior les parecerá una exageración, pero créanme, en estos ámbitos rara vez podemos decir que se ha hecho Justicia con mayúsculas.
Por eso, me he acordado de esa gran película llamada Philadelphia, con Bruce Springsteen y Neil Young en la banda sonora. El argumento, por si alguien no la ha visto, es muy sencillo: Andrew (Tom Hanks) es un abogado de un bufete para ricos, contrae el SIDA y es despedido. Decide demandar al bufete y para ello contrata al abogado del barrio, Miller (Denzel Washington).
Cuando en el interrogatorio a un testigo (trabajador del bufete) Miller le pregunta si es homosexual, el juez le llama al estrado para advertirle de que esa pregunta no procede, entonces Miller se calienta y le dice al juez que lo que se dirime es el odio hacia el homosexual, razón del despido, por lo que la pregunta sí viene al caso.
El juez, no menos caliente, le quita la palabra y le manda sentar diciéndole: en esta sala la justicia es ciega en materia de raza, credo o inclinaciones sexuales.
Miller responde: con todo mi respeto señoría, no vivimos en esta sala, ¿verdad que no?
Juez: No, es cierto
Entonces Miller se dirige a Andrew y le pregunta: ¿Qué le hace ser un abogado excelente?
Andrew: Me encanta el Derecho.
Miller: ¿Qué es lo que le encanta del Derecho?
Andrew: Pues… muchas cosas. Que de cuando en cuando, no muy a menudo, pero alguna vez, uno puede participar en el hecho de hacer justicia. Y realmente, cuando ocurre, es emocionante.
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