CRASH (J.G. BALLARD)
Recuerdo mi primer y pequeño accidente en el aparcamiento desierto de un hotel. Inquietos por la proximidad de un coche de la policía, Catherine y yo nos habíamos afanado en un apresurado acto sexual. Al salir del aparcamiento choqué contra un árbol poco visible. Catherine vomitó en mi asiento. Este charco de vómito, con coágulos de sangre que parecían rubíes líquidos, tan viscoso y discreto como todas las secreciones de Catherine, aún sintetiza para mí la esencia del delirio erótico del choque de automóviles, más excitante que las mucosidades rectales y vaginales de mi mujer, tan refinado como el excremento de una reina de las hadas, o las gotas minúsculas que se le formaban a Catherine alrededor de las lentes de contacto. En este charco mágico, esta extraña descarga de fluido, brotaba de su garganta como de una urna enigmática y remota, vi mi propio reflejo, un espejo de sangre, semen y vómitos destilado por una boca cuyos contornos, pocos minutos atrás, se habían cerrado con firmeza sobre mi pene.
Como todos sabéis el nazi Haider murió hace pocas fechas en un fatal accidente de tráfico después de haberse corrido una buena orgía de sexo y alcohol en un club de carretera. Como homenaje póstumo publico su última foto y un texto que bien pudiera reflejar los últimos segundos de Haider con una hipotética fulana teutona a su lado.
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