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Reventón de Mamadas

HASTA LA CAMPANILLA

SIN FUTURO

MASTERCLASS

ESA MUJER

ESA MUJER

 

…, y vi a esa mujer caminar por esas calles otra vez, por Loreto, por Soledad, por Correo Mayor, por Moneda, la vi atravesar rápidamente el Zócalo, ah, qué visión, una mujer de veintitantos años en la década de los veinte atravesando el Zócalo con tanta prisa como si acudiera tarde a una cita de enamorados o como si se dirigiera a su chambita (en México = trabajito) en alguna de las tiendas del centro, una mujer vestida discretamente, con ropas baratas pero bonitas, el pelo negro azabache, la espalda firme, las piernas no muy largas pero con la gracia inigualable que tienen las piernas de todas las mujeres jóvenes, ya sean flacas o gordas o bien torneadas, piernas tiernecitas y decididas, calzada con unos zapatos sin tacón o con un taconcito mínimo, baratos pero bonitos y sobre todo cómodos, hechos que ni adrede para caminar aprisa, para llegar a tiempo a una cita o al trabajp, aunque yo sé que ella no va a ninguna cita ni la esperan en ningún trabajo. ¿Adónde se dirige, entonces? ¿O es que no se dirige a ninguna parte y ésa es su forma habitual de caminar?...

"Los Detectives Salvajes" (Roberto Bolaño)

MARÍA DESVIRGA A GARCÍA MADERO

MARÍA DESVIRGA A GARCÍA MADERO

 

Este es uno de esos artículos que no gustan a Jugila (espero te guste la ilustración), demasiada letra para un hombre de ciencia. Sin embargo no me resisto a publicarlo, es uno de los mejores desvirgamientos literarios jamás escritos. Que lo disfruten (si alguien lo lee).

Después sentí que alguien se metía en la cama y se estiraba y después, pero no sé cuanto tiempo pasó, sentí que esa persona se levantaba apenas, probablemente reclinada sobre un codo, y me jalaba hacia sí. Por el aliento supe que estaba a pocos milímetros del rostro de María. Sus dedos recorrieron mi cara, desde la barbilla hasta los ojos, cerrándolos, como invitándome a dormir, su mano, una mano huesuda, me bajó la cremallera de los pantalones y buscó mi verga; no sé por qué, tal vez debido a lo nervioso que estaba, afirmé que no tenía sueño. Ya lo sé, dijo María, yo tampoco. Luego todo se convirtió en una sucesión de hechos concretos o de nombres propios de verbos, o de capítulos de un manual de anatomía deshojado como una flor, interrelacionados caóticamente entre sí. Exploré el cuerpo desnudo de María, el glorioso cuerpo de María en un silencio contenido, aunque de buena gana hubiera gritado, celebrando cada rincón, cada espacio terso e interminable que encontraba. María, menos recatada que yo, al cabo poco comenzó a gemir y sus maniobras, inicialmente tímidas o mesuradas, fueron haciéndose más abiertas (no encuentro de momento otra palabra), guiando mi mano hacia los lugares que ésta por ignorancia o por despreocupación, no llegaba. Así fue como supe, en menos de diez minutos, dónde estaba el clítoris de una mujer y cómo había que masajearlo o mimarlo o presionarlo, siempre eso sí, dentro de los límites de la dulzura, límites que María, por otra parte, transgredía constantemente, pues mi verga, bien tratada en los primeros envites, pronto comenzó a ser martirizada entre sus manos; manos que en algunos momentos me supieron entre la oscuridad y entre el revoltijo de sábanas a garras de halcón o halcona tironeando con tanta fuerza que temí quisiera arrancármela de cuajo y en otros momentos a enanos chinos (¡los dedos eran los pinches chinos!) investigando y midiendo los espacios y los conductos que comunicaban mis testículos con la verga y entre sí. Después (pero antes me había bajado los pantalones hasta las rodillas) me monté encima de ella y se la metí.

-No te vengas dentro –dijo María.

-Lo intentaré –dije yo.

-¿Cómo que lo intentarás, cabrón? ¡No te vengas dentro!

Miré a ambos lados de la cama mientras las piernas de María se anudaban y se desanudaban sobre mi espalda (hubiera querido seguir así hasta morirme). A lo lejos discerní la sombra de la cama de Angélica y la curva de las caderas de Angélica, como una isla contemplada desde otra isla. De improviso sentí que los labios de María succionaban mi tetilla izquierda, casi como si me mordiera el corazón. Di un salto y se lo metí todo de un envión, con ganas de clavarla en la cama (los muelles de ésta comenzaron a crujir espantosamente y me detuve), al tiempo que le besaba el pelo y la frente con la máxima delicadeza y aún me sobraba tiempo para cavilar como era posible que Angélica no se despertara con el ruido que estábamos haciendo. Ni noté cuando me vine. Por supuesto alcancé a sacarla, siempre he tenido buenos reflejos.

-¿No te habrás venido dentro? –dijo María.

Le juré al oído que no. Durante unos segundos estuvimos ocupados respirando. Le pregunté si ella había tenido un orgasmo y su respuesta me dejó perplejo:

-Me he venido dos veces, García Madero, ¿no te has dado cuenta? –preguntó con toda la seriedad del mundo.

Dije sinceramente que no, que no me había dado cuenta de nada.

-Todavía la tienes dura –dijo María.

-Parece que sí –dije yo-. ¿Te la puedo meter otra vez?

-Bueno –dijo ella.

No sé cuanto tiempo pasó. Otra vez me corrí fuera. Esta vez no pude ahogar mis gemidos.

-Ahora mastúrbame –dijo María.

-¿No has tenido ningún orgasmo?

-No, esta vez no he tenido ninguno, pero me lo he pasado bien. –Me cogió la mano, seleccionó el índice y me lo guió alrededor de su clítoris-. Bésame los pezones, también puedes morderlos, pero al principio muy despacio –dijo-. Luego muérdelos un poco más fuerte. Y con la mano cógeme del cuello. Acaríciame la cara. Méteme los dedos en la boca.

-¿No prefieres que te… chupe el clítoris? –dije en un intento vano de encontrar las palabras más elegantes.

-No, por ahora no, con el dedo basta. Pero bésame las tetas.

-Tienes unos senos riquísimos. –Fui incapaz de repetir la palabra tetas.

Me desnudé sin salir de debajo de las sábanas (de improviso me había puesto a sudar) y acto seguido procedí a ejecutar las instrucciones de María. Sus suspiros primero y sus gemidos después me la volvieron a empalmar. Ella se dio cuenta y con una mano me acarició la verga hasta que ya no pudo más.

-¿Qué te pasa, María? –le susurré al oído temeroso de haberle hecho daño en la garganta (aprieta, susurraba ella, aprieta) o de haberle mordido demasiado fuerte un pezón.

-Sigue, García Madero –sonrió María en la oscuridad y me besó.

(….)

Al finalizar no tenía ánimo (del latín animus y éste de la palabra griega que designa soplo) ni para preguntar si se lo había pasado bien y lo único que anhelaba era quedarme poco a poco dormido con María en mis brazos.

 

“LOS DETECTIVES SALVAJES”  DE ROBERTO BOLAÑO

 

REVENTÓN DE MAMADAS

REVENTÓN DE MAMADAS

Una vez, en Azcapotzalco, en un garito dedicado al asunto, hicieron un reventón de mamadas y había una ruca de por ahí que las ganaba todas. No había ninguna pulga que pudiera tragarse enteras las vergas que aquella ruca se tragaba. Entonces Alberto se levantó de la mesa en donde estábamos y dijo espérenme un momentito, que voy a solucionar un negocio. Los que estaban en nuestra mesa le dijeron ya rugiste Alberto, se ve que lo conocían. Yo mentalmente supe que la pobre ruca ya estaba derrotada. Alberto se plantó en medio de la pista, se sacó el vergajo, lo puso en acción con un par de golpecitos y se lo metió en la boca a la campeona. Ésta era dura de verdad y le hizo el esfuerzo. Poquito a poco empezó a tragarse la verga entre las exclamaciones de asombro. Entonces Alberto la cogió de las orejas y se la metió entera. Para luego es tarde, dijo y todos se rieron. "Los Detectives Salvajes" de Roberto Bolaño.

NdRM: en México un reventón es una juerga y una ruca es una vieja.

“LOS DETECTIVES SALVAJES” DE ROBERTO BOLAÑO

“LOS DETECTIVES SALVAJES”  DE ROBERTO BOLAÑO

 

Debo reconocer que en la cama me lo paso mejor con Rosario que con María. ¿Pero a quién amo? Ayer llovió toda la noche. Los pasillos de la vecindad parecían las cataratas del Niágara. Hice el amor llevando la cuenta. Rosario estuvo fantástica, pero por mor al éxito del experimento preferí no advertírselo. Se vino quince veces. Las primeras le tenía que tapar la boca para que no despertara a los vecinos. Las últimas temí que le fuera a dar un ataque al corazón. A veces parecía desmayarse entre mis brazos y otras veces se arqueaba como si un fantasma estuviera jugando con su columna vertebral. Yo me vine tres veces. Luego salimos los dos al pasillo y nos bañamos con la lluvia que caía del pasillo de arriba. Es extraño: mi sudor es caliente y el sudor de Rosario es frío, reptiliano, y tiene un sabor agridulce (el mío es claramente salado). En total estuvimos cuatro horas cogiendo. Después Rosario me secó, se secó, arregló el cuarto en un santiamén (es increíble lo hacendosa y práctica que es esta mujer) y se puso a dormir pues al día siguiente tenía que trabajar. Yo me acomodé en la mesa y escribí un poema que titulé “15/3”. Después me puse a leer a William Burroughs hasta que amaneció.